En muchas ocasiones los Presidentes o Juntas Directivas de Comunidades que administro me plantean la elaboración de unas Normas de Régimen Interior.

Intento persuadirles para no implantarlas en la Comunidad, no siempre con éxito, informándoles de los motivos por los que opino negativamente sobre las Normas de Régimen Interior.

Opino que no sólo no son necesarias sino que pueden ser tan negativas que además de no solucionar aquello que se quiere evitar es posible que aparezcan problemas donde antes no había ninguno.

Siempre que iniciamos este debate me acuerdo de un magnífico texto publicado hace unos años en la web administrador.info de nuestro compañero Administrador de Fincas, Pepe Gutiérrez y escrito por Manuel Hernández en el periódico Información.

Debería ser de obligada lectura al acceder al cargo de Presidente de la Comunidad de Propietarios por su carácter didáctico.

Por su enorme interés lo reproducimos íntegramente a continuación:

Escrito por Manuel Hernández.     jueves, 08 de marzo de 2007

Los problemas empezaron poco después de embarcar a los animales, siete de cada especie, como todos sabemos. Noé había dispuesto unos camarotes individuales para cada especie, pero como en el arca existían zonas comunes a todos los animales, hubo que crear la primera comunidad de propietarios de la historia de la humanidad.

En un principio, Noé supuso que aplicando las reglas del sentido común, todo iría sobre ruedas y no sería necesario crear reglamentos de régimen

interior que suplieran las diferencias de idiosincrasia de cada una de las especies. Se suponía, pues, que el señor elefante cedería el paso a la señora cebra cuando ambos se encontraran en un pasillo entre camarotes.

Se suponía también que la señora serpiente no se dedicaría a apretar al pobre hurón entre sus anillos, hasta dejarle sin respiración. El señor hipopótamo controlaría sus ronquidos y la señora hiena sus risas. Todos, absolutamente todos, colaborarían para que la convivencia lo fuera en armonía.

Pero las cosas no ocurrieron así. El tamaño del señor elefante impedía, por mucho que él encogiera la tripa, que la señora cebra cupiera en el pasillo. La señora serpiente no podía luchar contra sus instintos de asfixiar al señor hurón, y ni el señor hipopótamo ni la señora hiena pudieron controlar sus sonidos.

Pero aparte de ello, existía armonía entre los restantes animales que poblaban el arca, todos ellos muy cuidadosos con los derechos de los demás, y que practicaban la máxima, poco conocida por aquel entonces, de hoy por ti y mañana por mí. Noé lo pensó concienzudamente y decidió crear un Reglamento de Régimen Interior con normas de cumplimiento para todos los animales, con la intención de que cada uno supiera lo que podía y no podía hacer.

Pero sucedió lo inesperado. El reglamento, que pretendía eliminar los problemas del elefante con la cebra, de la serpiente con el hurón y del hipopótamo con la hiena, no solo no los eliminó, sino que consiguió que lo que hasta entonces había sido una estancia idílica de todos los animales en el arca, se convirtiera en una sucesión de acusaciones de unos contra otros: que si los delfines no respetaban los horarios de baño y despertaban a los osos hormigueros, que si los cocodrilos ocupaban demasiado espacio para tomar el sol, que si las mofetas se perfumaban más de lo que la norma permite, que si los caballos relinchaban a la hora de la siesta, en fin, que cada especie aplicó su especial idiosincrasia para destacar lo que molestaba de la otra (y que estaba contemplado en el famoso reglamento) en lugar de fijarse en lo que la unía a ella.

El resultado fue que se ignora dónde amarró el arca porque lo más probable es que la hicieran trizas entre todos, y cada especie se salvó del desastre como pudo.

¿Les ha gustado la historia?

Espero que no se les haya hecho demasiado larga, pero se me ha ocurrido después de hablar con mi amigo Juan, que me ha confesado, muy preocupado, que el presidente de la comunidad de propietarios donde reside ha propuesto crear un Reglamento de Régimen Interior.

A mi pregunta sobre si existían problemas en esa comunidad, me ha contestado que ninguno de importancia, que durante muchos años han funcionado muy bien con los estatutos originales. Entonces he acabado de preocuparle cuando le he advertido de que a partir de ahora van a tenerlos que no se los podrán terminar, porque siempre habrá algún formalista que se dedicará a pasear por las narices de su vecino el Reglamento de marras, por la bobada más insignificante.

El resultado será que aquellos que han promovido el reglamento serán incapaces de hacerlo seguir y que quienes, con su comportamiento no demasiado social, han hecho pensar en la necesidad de un reglamento, seguirán comportándose como si vivieran en soledad y haciendo lo que les venga en gana, digan lo que digan, como diría Raphael, los demás.

El problema de las comunidades de vecinos nos afecta a todos, ya que raro es quien no se halla afectado por una, salvo los afortunados que gozan de chalés independientes o islas para disfrute propio.

Y la experiencia me dice que desdichada la comunidad que necesita reglamentos, porque no hay mejor reglamento que el que no existe, por no ser necesario.

Salvando las distancias, todos somos de especies distintas y, a veces, culturas más o menos diferentes, razón por la cual se hace casi imposible que lo que le gusta a Fulano complazca a Mengano y, si ambos son civilizados, mejor harán en tolerar las pequeñas diferencias que puedan tener que en intentar constreñirlas bajo la égida de un papel que será mojado sin necesidad de ponerlo debajo de un grifo.

Yo le he dicho a mi amigo Juan que se lo piensen bien antes de empezar con algo que lo único que servirá será para limitar la calidad de vida de la mayoría a cambio de intentar conseguir de la minoría una mejora en el comportamiento, que seguro no se producirá. Le he insistido en que quien cumple las normas elementales de convivencia -que todos conocemos- no necesita reglamentos y que quien no las cumple no va a cumplirlas por el hecho de que se las pongan por escrito.

Que un reglamento los separará en dos grupos: los buenos, que serán quienes lo han hecho, y los malos, que serán todos los demás si se les ocurre pensar distinto de los primeros.

Y eso no ha mejorado nunca la convivencia en ningún sitio.

Le he convencido, y se ha ido corriendo a hablar con el presidente de su comunidad para transmitirle mis argumentos e intentar convencerle de que se olvide del reglamento. Lo cual, como pueden suponer, no conseguirá.

Manuel Hernández.  Fuente: Periódico Información

En clave de humor aborda con total acierto este asunto de especial importancia para la convivencia en las Comunidades de Propietarios

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